Milei no está loco, simplemente es libertario

Diciembre 2023 / Publicado en El Viejo Topo

Artículo publicado en coautoría con Hásel Paris Álvarez

¿Y si la singularidad de los planteamientos libertarios –una versión extrema del liberalismo– se encontrase en el marco psicológico asociado a esta ideología? De ser así deberíamos conocer sus preferencias vitales, valores morales, patrones de sociabilidad…

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Un ataque habitual al libertario Javier Milei remite a su histrionismo y a sus explosiones temperamentales. Durante la campaña presidencial en Argentina se le han llegado a lanzar varias acusaciones más o menos falsas sobre brotes psicóticos o tratamientos de esquizofrenia. ¿Qué hay de cierto y de relevante en todo ello?

Para abordar la cuestión es bueno echar mano de los textos de Jonathan Haidt, donde la política se une con la psicología. Haidt parte de lo que llama «teoría de los fundamentos morales». Ofrece una lista de valores fundamentales (la caridad, la justicia, la lealtad, la autoridad, la pureza) y caracteriza la “mente” de progresistas y de conservadores según su afinidad con dichos valores. El resultado de sus investigaciones es que ni los de izquierdas ni los de derechas son «malvados» ni carentes de ética (para sorpresa mutua), sino que simplemente difieren tanto en la definición de algunos valores como en el orden de preferencia que les dan.

Por ejemplo, la derecha cree en el gasto público menos que la izquierda, pero no porque les guste que los pobres pasen hambre, sino porque desconfían del Estado y preferirían que funcionase la caridad personal y la solidaridad de los colectivos de la sociedad civil. La izquierda no comparte con la derecha su idea de lo sagrado o lo patriótico, pero no porque sean desalmados o desarraigados, sino porque anteponen un análisis material y un compromiso de clase, sin los cuales de nada sirve la fe o la bandera. Las conclusiones de Haidt son profundamente decepcionantes para los que agitan la “batalla cultural” de un lado y del otro, pero reconfortantes para quienes creemos en la capacidad de comprendernos unos a otros y encontrar la verdad más allá de lo que se supone que son las izquierdas y las derechas.

Pero fuera del eje izquierda-derecha no solamente está la verdad: como en todas las regiones inexploradas, también aquí habitan los monstruos. El mayor de ellos es el liberalismo, que rechaza ser de izquierda o de derecha, aunque reúne lo peor de ambas. Pese a que el eje izquierda-derecha sea ya enteramente liberal del uno al otro confín, muchos liberales se reclaman de “centro”. En ocasiones son “de centro” de mando, apoyando todas las guerras de Occidente en nombre de la democracia liberal. En ocasiones son “de centro” comercial, promoviendo un “capitalismo inclusivo” en que toda diversidad es bienvenida bajo la homogeneidad del mercado. Y en ocasiones son “de centro” psiquiátrico. El ejemplo que tenemos estos días es el de Javier Milei en Argentina, pero no porque él esté particularmente loco, sino porque es uno de los exponentes más puros del liberalismo-libertario, que si no fuese una ideología perfectamente podría ser una psico-patología.

Y esto último no lo decimos nosotros, sino las investigaciones de Haidt. Todo comenzó cuando el psicólogo social estadounidense se dio cuenta de que la división moral entre progresistas y conservadores no era suficiente, por lo que decidió añadir una tercera categoría liberal-libertaria. Para su sorpresa, este grupo rechazaba, en general, todas las virtudes que Haidt propuso como “fundamentos morales”: tienen menos afinidad que los conservadores por las ideas de justicia social y de igualdad, e incluso menos afinidad que los progresistas por la lealtad al colectivo o el respeto a la jerarquía. No es que estén más allá del eje izquierda-derecha, sino que están anormalmente fuera de los ejes básicos de la personalidad humana (e incluso animal, entre los mamíferos superiores).

Pero no es que sean seres inmorales, sino que ponen todas sus energías en un único valor: la “libertad”. Pero la comprenden de una forma muy particular. Así como los progresistas y los conservadores discrepan sobre la “justicia” (para unos es igualitaria y para otros proporcional), para los liberal-libertarios la “libertad” es una criatura de dos cabezas: “economía” y “estilo de vida”. Entonces, ¿cuál es la posición de los liberal-libertarios? A la “libertad de economía” la aprecian más radicalmente que los conservadores (comprar, vender e invertir en lo que se quiera), y defienden la “libertad de vida” más radicalmente que los progresistas (desde el consumo de drogas al consumo sexual). Este carácter extremo, divergente, bipolar y esquizofrénico del liberal-libertarismo es una constante a lo largo de todo el estudio; tanto lo que aman como lo que odian lo hacen de una forma más izquierdista que la izquierda y a la vez más derechista que la derecha.

Al final, izquierda y derecha acaban confundiéndose en el liberalismo-libertario. De manera que Milei no tiene nada que objetar a las relaciones homosexuales: “¿Qué me importa a mí cuál es tu elección sexual?”, se pregunta retóricamente. Ocurre que tampoco le encuentra ningún inconveniente a que los humanos podamos tener relaciones zoofílicas: “Suponete que vos querés estar con un elefante… si tenés el consentimiento del elefante es problema tuyo y del elefante”. Pero esta libertad de los estilos de vida, que cada vez se asocia más a la izquierda, en el libertarismo siempre está orientada a la libertad de la economía, tan propia de la derecha. Y uno de los negocios asociados a los nuevos estilos de vida es el de la transexualidad.

Pero también aquí Milei va más lejos, y nos plantea la posibilidad del transespecismo: “¿Te querés percibir como un puma? A mí me da lo mismo. Mientras no me hagas pagar la cuenta, hacé lo que quieras. ¿Vos te querés autopercibir, no sé.., un puma? ¡Hacelo! ¡Yo no tengo problema! Pero no me lo impongas por el Estado”. El libertario Milei se muestra favorable a los tratamientos hormonales y las operaciones de cambio de sexo (o de especie animal), siempre que sean sufragados por el bolsillo de cada particular. Así se le abre la posibilidad de un suculento negocio por exprimir a los proveedores privados de servicios quirúrgicos (ya sean médicos… o veterinarios). Que la libertad de los humanos sea supuestamente irrestricta encuentra su correlato en la ausencia de límites a los procesos de acumulación de capital.

Asimismo, porque suponía una regulación estatal en el marco de la salud pública, Milei se posicionó en contra de un proyecto de ley que buscaba ampliar la detección intrauterina de cardiopatías a fin de reducir los fallecimientos de recién nacidos. “Implica más presencia del Estado interfiriendo en la vida de los individuos y, además, implica más gasto”, afirmó. Y si tu hijo o tu hija nace enfermo quizá puedas venderlo sin decirle al comprador que le queda poco de vida. Serían las ventajas del mercado de niños (“un mercado libre no regulado por el Estado”) que llegó a proponer Milei. ¿Y qué ocurre si tu hijo se muere antes de venderlo? El libertarismo también tiene solución para eso: ¡Un mercado de órganos! “¿Cuántas personas mueren en Argentina por año? Todos son potenciales donantes”, sostiene Milei. Y luego añade: “Busquemos mecanismos de mercado para resolver estos problemas”.

¿Y si tú mismo, supongamos que ahogado por deudas, decides vender tus órganos? Adelante, pues como dice Milei: “Es una decisión de cada uno. A ver, ¿por qué no puedo decidir sobre mi cuerpo?” Sí, ese es el axioma central del feminismo liberal: “Es mi cuerpo, yo decido”. Pero es el liberal-libertarismo el que más estira aquello de “cada uno puede hacer de su vida lo que se le dé la gana”. Todo está permitido mientras sea susceptible de convertirse en negocio o, en su defecto, sirva para generar valor económico. Y si no se somete a una fría lógica utilitaria, pareciera que la vida no merece ser preservada. Por esa razón Milei reconoce cuál es la alternativa a ser explotado en el mercado laboral: “Puedes elegir morirte de hambre”. Aunque decir eso quizá sea muy obtuso, pues más sutil es la labor de nuestros gobiernos liberal-progresistas que, pese a repetir consignas sobre los cuidados, amplían las facilidades para el suicidio asistido y la eutanasia.

El paraíso terrenal existe según el liberalismo-libertario, y se encuentra ahí donde el dominio de lo común desparece, y los ciudadanos se convierten en simples consumidores. De ahí que el gran problema de la vía pública es, precisamente, que sea pública y no privada. De nuevo, los libertarios disponen de una fácil solución: “Hoy tranquilamente las calles podrían ser privadas”, dice Milei. Imaginemos ese Edén en que los humanos, acompañados de sus amantes los elefantes, o acaso los humanos autopercibidos como pumas, pasearían por las calles a condición de un pago económico a sus residentes (…o a la mafia que controla el barrio, porque, “entre el Estado y la mafia, me quedo con la mafia”). Pero hasta que no llegue la gloria libertaria, las calles son de libre acceso, y esa es la razón por la que Milei asegura que “la sensación que tengo como liberal-libertario que soy es que cada vez que piso una baldosa escupe socialismo”.

Una vez alertados del peligro socialista de pisar las calles, sigamos con las investigaciones de Haidt. Este psicólogo social descubre que el liberal-libertario es el grupo más compuesto por hombres y por personas no religiosas. Son dos pistas sospechosas, habida cuenta de los múltiples estudios que correlacionan el sexo masculino y la ausencia de creencias con una peor salud mental. Pero la cuestión se pone más preocupante al constatar que, en el eje psicológico que opone la “sistematización racional” a la “empatía humana”, son el grupo más “racionalista”. De manera que el rincón en el que se ubican los liberal-libertarios (es decir, el rincón de la razón calculadora, abstracta y mecánica más alejada de lo empático y afectivo) es el que se corresponde con el síndrome de asperger y el resto del espectro autista.

Así, el liberal-libertario es capaz, como hace Ben Shapiro, de defender un genocidio como el que comete Israel con la cabeza llena de argumentos y la boca llena de términos, pero los ojos vacíos de humanidad. Con absoluta frialdad (o con emotividad fingida), el liberal-libertario debate desde el tráfico de órganos a la compraventa de niños como quien confecciona la lista de la compra. Es un cuadro mental que se maneja bien con utensilios y conceptos, con mapas de líneas de metro y con hojas de cálculo, pero mal con las personas.

A la postre, el libertario rechaza la consistencia antropológica de los seres humanos. Por lo que si buscáramos un argentino al que le aburren los asados, lo encontraríamos en Milei. La comida suele ser el motivo por el que nos reunimos y compartimos con otras personas, una costumbre a veces convertida en práctica ritual. Pero Milei preferiría alimentarse como si fuera un autómata: “El tiempo que me demanda un almuerzo me fastidia demasiado. Si vos me dieras una forma de alimentarme vía pastillas, sin tener que estar comiendo, me mando la pastilla y sigo”. Su vida responde así al cálculo utilitario de la razón del capital: reducción temporal de los procesos y simplificación aséptica de las actividades en aras de maximizar la productividad.

De hecho, los datos de Haidt revelan que los liberal-libertarios suspenden en los rasgos de sociabilidad de la psicología clásica (extroversión, amabilidad y responsabilidad). Son el grupo más introvertido y que menos disfruta la relación con las personas. Son el grupo menos cordial y amigable, y con el que más cuesta llevarse bien. Y son el grupo menos consciente de sus obligaciones y deberes con los demás, con el prójimo, con la comunidad, etcétera. De esta cerril cerrazón antropológica provendría la incapacidad ideológica liberal para comprender todo aquello que trasciende su cuerpo, su propiedad, su lugar y su momento. Aunque los partidarios del liberalismo no son necesariamente sociópatas o psicópatas, sí podríamos decir que el liberalismo es la socio-psicopatía de las ideologías.

Pero curiosamente, según Haidt, hay un rasgo de sociabilidad en que los liberal-libertarios puntúan muy alto: la “apertura a nuevas experiencias”. Tan alto como los progresistas. Pero claro, esta es una apertura teórica, un “estar abierto” a experiencias y aprendizajes propios, no se refiere a unos brazos abiertos ni a un corazón abierto. Son de la famosa “sociedad abierta” (Open Society): aquella que predica la globalización o el libre mercado, pero que se traduce en barreras visibles o invisibles de guetos y barrios económicamente segregados.

Haidt mide también el amor que cada grupo ideológico tiene por (1) su pareja, (2) su familia, (3) sus amigos, y (4) la gente en general. Por ejemplo, los conservadores puntúan más alto en su amor por la familia y los progresistas en su amor por la “humanidad” (de hecho, aman más “a la gente en general” que a su propia familia). Al menos esto es lo que los grupos ideológicos dicen de sí mismos, aunque no necesariamente sea verdad: habría que ver cuándo fue la última vez que el conservador visitó a su abuela o si alguna vez el progresista le cedió su casa a un desconocido. Pero lo curioso es que los liberales son quienes más bajo puntúan en todas y cada una de las categorías. Es decir, quieren menos a sus amigos que el “facha” más misántropo, y quieren menos a su pareja que el “progre” más poliamoroso. Los biógrafos de Milei pueden ilustrar estos datos con su trágico caso personal de odio hacia sus padres y de soledad con respecto a amigos y pareja durante la mayor parte de su vida. Esta falta de amor personal se transmuta en la característica colectiva del liberalismo: la ausencia de la virtud de la caridad (en latín caritas significa amor).

Cuando se analice el “fenómeno Milei” ha de hacerse (precisamente) con caridad. Ni es correcto ni es útil tildarlo personalmente de “loco” con el propósito de derrotarlo electoralmente. Lo único verdaderamente responsable es analizar lo que tiene de patógeno la idea liberal-libertaria en su totalidad, tanto en Argentina como en el resto del “Occidente”, con el propósito de entender por qué se expande como la pólvora en nuestros tiempos posmodernos, en qué hemos fallado para que unas locas ideas estén definiendo un nuevo sentido común y una nueva cordura para miles de personas. De nada sirve estigmatizar la salud mental de Milei, pues no se combate contra el pecador sino contra el pecado. El pecado que, en este caso, como escribiera el sacerdote Félix Sardá y Salvany, es el liberalismo. O, en su versión más extrema, el liberalismo-libertario.