También un hombre. Daniel Plana y la «caída de los 80»

Abril 2021 / Publicado en El Viejo Topo

La Agrupación Guerrillera de Cataluña fue la organización armada antifranquista del PSUC. Con la captura de ochenta de sus militantes, sometidos a un Consejo de Guerra en 1948, la organización armada quedó desmantelada, y la dirección política y el aparato de propaganda del PSUC se debilitó gravemente.

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«A cada siglo le salva la inmensa minoría que se le opone». Así dice el apotegma que se le atribuye a G.K. Chesterton. Consideración como ésta mediante, podríamos afirmar que si algo pudiera ser rescatable de los caliginosos años en que el franquismo malbarató las capacidades de innovación política que se desarrollaron durante la Segunda República, ese algo fueron los cursos de acción antagonista que no claudicaron ante el yugo y las flechas. Tal vez porque el franquismo, aunque lograra desmantelar la institucionalidad republicana, no pudo sofocar por completo las energías sociales que se habían liberado durante los años treinta como forma, primeramente, de ampliar el campo de decisión política en una dirección radicalmente democrática, y, posteriormente, de combatir social, política y, llegado el caso, militarmente la acometida –sostenida por los esfuerzos bélicos del fascismo alemán e italiano– del conglomerado reaccionario compuesto por la tradicional derecha monárquica, clerical y latifundista. En virtud de lo cual podemos pensar que el ascendente de la revolución popular ensayada durante los últimos años de la República, frustrada por la victoria del golpismo, se encontraba aún presente en aquellos que, como Daniel Plana, se unieron a la actividad política antifranquista una vez que, asentado plenamente el régimen nacionalcatólico, cualquier forma de disidencia debía ser necesariamente clandestina.

Daniel, nacido en el municipio francés de Saint-Cyprien el 28 de febrero de 1928, había llegado a Barcelona a los seis años. Había cumplido los diecinueve cuando el 21 de abril de 1947 la policía se personó en su domicilio de la calle París, en Barcelona. Su arresto se enmarca en la conocida como «caída de los 80», operación que desbarató la resistencia armada urbana antifranquista en Cataluña. Según el historiador Antoni Lardín i Oliver, «En el mes de abril del año 1947 la organización clandestina del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC) sufrió uno de los golpes más duros con la desarticulación de las agrupaciones guerrilleras que operaban en la ciudad [de Barcelona] en lo que se conoce como la “caída de los 80”»1. A lo dicho podemos añadir, tal y como sostiene el también historiador Ferran Sánchez i Agustí, que «la instrucción contra los ochenta pretendía encartar más de noventa personas entre activistas y enlaces del PSUC, guerrilleros y colaboradores de su brazo armado la AGC [Agrupació Guerrillera de Catalunya], finalmente sentaron a 77 en el banquillo»2. Daniel Plana fue uno de ellos, el más joven de todos. Su «nombre de guerra»: “Félix”.

No sabemos si esa sensibilidad sociopolítica, por la cual la llamada a la acción actúa como un compromiso empático con aquellos cuyo sufrimiento pertenece a la comunidad de la que somos parte, ya había despertado en él antes de tomar contacto con esos espacios de agregación de energías políticas que eran las organizaciones comunistas. Por ese entonces Daniel se encontraba trabajando como bisutero, al tiempo que se encargaba de distribuir ejemplares de “Juliol”, órgano de prensa de las JSUC, y de las publicaciones “Treball” y “Ejército y democracia”, del PSUC. Según consta en la causa del Consejo de Guerra al cual fue sometido, formaba parte de la Brigada Jaume Giribau y se encuadraba en el Destacamento Serrat, junto con Wilson Batlle (“Guillermo”), Manuel de Rivacoba (“Esteban”), y Carlos Martínez (“Jorge”), responsable del Destacamento y amigo por medio del cual ingresó en las Juventudes Socialistas Unificadas de Cataluña. A los detenidos, muchos de ellos aislados en los calabozos del subsuelo de la Jefatura Superior de Vía Laietana, se les pretendió arrancar las confesiones por medio de la tortura que durante aquellos años era habitual emplear en los interrogatorios a presos por causas políticas. Así lo asegura el historiador Manel Risques, quien también señala que…

«[la caída de los 80] fue un acontecimiento de una notable envergadura no solo humana y política, sino también por su trascendencia ya que, entre otras cosas, marcó el fin de la lucha armada impulsada por los comunistas catalanes. […] La desarticulación del movimiento guerrillero comunista, del aparato de propaganda y de algunos de los órganos directivos del Partido marcaron un punto de inflexión en la evolución de la que sería principal fuerza de la oposición antifranquista»3.

Las acciones que a Daniel le imputaron fueron la colocación de artefactos explosivos en los locales de la Falange en los distritos barceloneses de Horta y de Sants, así como la colocación de un detonante en el escaparate de una conocida pastelería frecuentada por la burguesía catalana. Dos años antes Daniel había sido detenido por supuesta complicidad en el robo de un automóvil desde el cual fueron tiroteados agentes de la policía. Por todo ello, según indica la Brigada de Investigación de la Guardia Civil, el detenido debe ser considerado «un elemento peligroso para la seguridad del Estado». Pero la severidad de esta afirmación contrasta con el hecho de que el mismo informe policial considere que Daniel resulta «ser de buena conducta estando considerado entre la vecindad como trabajador siendo el que lleva casi por completo el peso de la casa». Nos encontraríamos con una aparente contradicción que en realidad no lo es si se advierte la posibilidad de que precisamente sean dispositivos institucionales relativos a factores políticos aquello que obstaculiza el pleno desarrollo de formas de vida sociales que potencien patrones de buena conducta. En ese caso, en el supuesto de que un sistema político resulte dañino para los vínculos humanos que sostienen formas de vida compartida situadas sobre coordenadas deseables, la intervención sobre ese sistema político con el propósito de modificarlo es algo plenamente comprensible. Y lo es a razón de la primacía que asume sobre los avatares políticos la modulación de una formación social cuyas formas de vida sean recíprocamente buenas.

Ahora bien, la destrucción, fuese por mecanismos políticos o directamente físicos, del movimiento obrero y, por extensión, de las organizaciones populares hilvanadas durante los últimos años de la Republica, comportó una profunda degradación del mosaico civil en el que trazar modelos políticos contrapuestos al de esa «democracia orgánica» con la que se denominaba a sí mismo el régimen militar. Con el recuerdo indeleble de los horrores de la guerra, y la represión ejerciéndose aún encarnizadamente, la sociedad española empezó a asumir esos rasgos psicosociales de apocamiento, sumisión y apoliticismo que posteriormente serían considerados como característicos del denominado «franquismo sociológico». Sin hesitación alguna podríamos considerar que el deterioro social que contextualizaba la acción de los combatientes antifranquistas dificultaba que su decisión de «pasar al acto» encontrase esas complicidades necesarias para ensanchar la base social de la militancia política y, de este modo, desplegar la confrontación activa al régimen llevándola a sus más recónditos rincones. Habida cuenta de ello, es muy posible que la prefiguración del foquismo como táctica militar de desestabilización política fuese concebida, sino principalmente al menos sí de manera secundaria, en tanto que medio a partir del cual despertar la atención de la comunidad internacional sobre la anomalía que suponía la dictadura española en la incipiente Europa de la posguerra, donde las democracias, se denominasen liberales o populares, empezaban a construirse sobre bases netamente antifascistas.

Pero lo cierto es que la Conferencia de Postdam, llevada a cabo en 1945 con el propósito de ultimar los diseños del orden político internacional que debía surgir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, implicó, después de que Churchill se llevase el gato al agua en las negociaciones, la transigencia con el régimen de Franco y, por consiguiente, su supervivencia4. Nunca llegó la tan esperada intervención de las potencias democráticas sobre suelo español en aras de liberar a su población. Por consiguiente, resultan evidentes, observando retrospectivamente la correlación de fuerzas existente tanto a nivel interno como a escala internacional, las limitaciones de la acción armada. Sin embargo, ello no obsta para admirar la intrepidez desde la cual susodicha práctica pudo ser iniciada. Al margen de lo perspicaces que fueran los análisis a partir de los cuales se desarrollaron las perspectivas de intervenir exitosamente en el ecosistema sociopolítico del régimen franquista alterando sus engranajes y articulaciones5, no podemos más que reconocer la exigencia ética a la que supererogatoriamente respondían los encausados. Nos referimos a esa racionalidad ética o sustantiva por la cual son los valores de la vida, y no el cálculo instrumental por medio del cual alcanzar ciertos fines, aquello que orienta y da sentido a nuestras acciones.

Asimismo, la reflexión precedente se revela pertinente tan pronto como ésta contribuye a marcar las coordenadas de sentido a partir de las cuales comprender el siguiente episodio. En su libro Esberles del temps, Cassandra Mestre, hermana de Numen Mestre (“Augusto”), máximo responsable de la Brigada Jaume Giribau, explica que Daniel y otros treinta y cinco presos internos en La Modelo fueron castigados de manera «sádica e inhumana» por negarse a gritar ¡Franco! en señal de protesta por el fusilamiento de dos compañeros de galería el 20 de noviembre de 19476. Sin otras posesiones que un orinal, un cántaro, un plato y una cuchara, recibiendo como alimento las migajas sobrantes de la comida de los demás presos, aquellos hombres fueron encerrados en condiciones de absoluta incomunicación en unos calabozos donde, a través de un ventanuco rejado sin vidrios, apenas se colaba la luz durante el día, pero sí se filtraba el aire frío de la noche. Treinta y cuatro días después, siendo la vigilia de Navidad, los carceleros abrieron las puertas. Pálidos y demacrados se observaban sus rostros después de que el barbero cortase sus barbas. En ese entonces la celebración del juicio no contaba con fecha asignada. Puesto que la declaración del «estado de guerra» había sido derogada, los procesados confiaban en que la causa sumarísima aconteciese finalmente un juicio ordinario.

La recién promulgada Ley de Bandidaje y Terrorismo, por la cual se sometía a la jurisdicción militar el enjuiciamiento de aquellos delitos políticos que comportasen algún tipo de actividad armada, fue el marco normativo a partir del cual se juzgaron «los ochenta» en la causa 000035/836. El consejo de guerra, llevado a cabo los días 13 y 14 de octubre de 1948 en Barcelona, rubricó un auto de procesamiento en el que a Daniel Plana se le imputaba un delito de «rebelión» que contemplaba «terrorismo y tenencia de explosivos» y «propaganda ilegales». Según indica Ferrán Sánchez Agustí:

«El letrado Martí Fusté Salvatella […] protestó por la práctica inexistencia de sumario instruido por el teniente coronel Enrique Lucas Mercader porque estaba basado solamente en la reproducción de los atestados policiales y era nulo judicialmente hablando. No se presentó ni una prueba de las acusaciones, pero impresionaba aquel tribunal de pecheras cargadas de medallas que presidió una sala, llena de público hasta la bandera, en la Rambla Santa Mónica».

Presos políticos en el penal de Burgos, 1957

Daniel fue condenado a 25 años de prisión7. De la cárcel Modelo de Barcelona, en la que llevaba casi dos años preso, fue trasladado al Penal de Burgos, donde, en virtud de una reducción de la pena, pasó los siguientes diez años entre muros. Afirmaba Sixto Agudo, dirigente del PCE preso en Burgos, que fue decisión de Franco reunir en el Penal a los miembros «más peligrosos» de las organizaciones políticas opositoras con el propósito de evitar «focos de libertad en diversas prisiones del resto de España, al mismo tiempo que [facilitar] su acción represiva»8. Dada la gran concentración de presos políticos, muchos de los cuales eran dirigentes comunistas, a este centro penitenciario se le conoció popularmente como «la universidad». El ambiente cultural, inevitablemente grisáceo, que podía respirarse en los momentos en que los presos se encontraban y, por consiguiente, dialogaban, discutían y se instruían, se encontraba precedido y continuado por las interminables horas de encierro en la celda: Daniel disipaba el pegajoso tiempo que transcurría sobre su camastro devorando literatura. Pero la formación intelectual desarrollada no paliaba las pésimas condiciones materiales que padecían los presos, principalmente por la exigua alimentación y el frío de invierno. Recuerda su compañera Celia que trataba de prodigarse a consciencia cada vez que podía enviarle un paquete con alimentos, pues sabía que los víveres serían repartidos entre sus compañeros. En consecuencia, deberemos reconocer que, si de algo es ilustrativo este último comentario, eso es de la sana camaradería con la que los presos comunistas soportaban su cautiverio.

Caricatura de Daniel mientras realiza trabajos en el penal

El 16 de marzo de 1958, el mismo día en que salió de prisión, Daniel se casó con su compañera. Ambos se instalaron en Mataró, donde Daniel abriría un taller de bisutería en el que se emplearía con su mujer. En seguida llegaron sus dos hijos, por lo que los compromisos familiares se acentuaron. Con el discurrir de los años, los niños crecían, pero la salud de Franco parecía no deteriorarse. Finalmente llegó la gran noticia. Fue el 20 de noviembre de 1975, el mismo día, veintiocho años después, que Daniel –junto con otros presos políticos de La Modelo– se negase a gritar ¡Franco! como protesta por el fusilamiento de dos compañeros de galería. Ahora sí podía gritar ese nombre, seguido del predicado ha muerto. Acontecimiento que, sin duda alguna, generaba interesantes oportunidades para que un poder constituyente de bases sociales populares esbozase formas políticas institucionales que privilegiasen una nueva composición de clase. Pero es igualmente cierto que las esperanzas de abrirse espacio entre las élites políticas y económicas, de la noche a la mañana posfranquistas, fueron rápidamente sofocadas. Sin embargo, puesto que este no es el lugar adecuado para detenerse a valorar las estrategias de los distintos actores implicados en ese proceso conocido como «la transición», será cuestión de limitarse a realizar unas breves observaciones al respecto.

Daniel, con su esposa Celia y sus dos hijos

Qué duda cabe en que «la transición a la democracia» actuaría como esa suerte de mito fundador, cuya piedra angular es la Constitución de 1978, que ha generado los consensos sociales a partir de los cuales se legitima el sistema político actual. Un mito que se basa en la superación del «pasado fratricida» del país, cuyas connotaciones son discordia y revanchismo, a partir de nociones como convivencia y entendimiento. La modernización del Estado y su inserción a las organizaciones europeas debía dejar atrás la autarquía económica y el aislamiento internacional. Pero ello comportaba olvidar la historia reciente del país: no removiendo los crímenes del franquismo, los juicios sumarios con miles de asesinados enterrados en las cunetas, es que se lograría no repetirlos. Desde este punto de vista, «la transición» se fundamentó en un supuesto gran pacto por el cual se superaban las rencillas previas, olvidando así que una república legítima fue derrocada por un golpe militar que impuso una dictadura. Así las cosas, se diluyó la posibilidad de pensar el advenimiento de «la democracia» como resultado de un balance de poder condicionado, sino directamente determinado, por la dictadura a la que relevaba. De ahí que muchos estudiosos no consideren «la transición» como un proceso distinto de «una transacción»: «de la ley a la ley» por medio de la ley. Dicho de otro modo, nuestra democracia prometió libertad y prosperidad a condición de no pensar los cimientos sobre los que se levantaba, comportando que la memoria siguiera siendo privada y personal en lugar de colectiva y política.

Daniel (de pie) en un acto del PSUC

Una vez abiertos los canales de participación a los procesos de gestión pública, Daniel prefirió mantenerse en segunda línea: «su coherencia ideológica –afirma su amigo Luis Fernández Mateos durante una conversación personal– le impedía asumir unos lineamientos con los que no estaba de acuerdo». Sin abandonar una forma u otra de compromiso político, sus años de madurez se asentaron sobre su ciudad de acogida. Fue presidente de la Delegación de Mataró de la Asociación Catalana de Expresos Políticos desde su fundación en 1975. También formó parte de la candidatura del PSUC en las elecciones de 1980 al Parlament de Catalunya, aunque renunciando a optar a cargos públicos. Durante los años posteriores, mientras que en los congresos del PSUC los partidarios del «eurocomunismo» acusaban de «prosoviéticos» a quienes se negaban a disolver las aspiraciones revolucionarias, Daniel estuvo vinculado al tupido tejido asociativo que conformaba la vida barrial de Cerdanyola. Apartado de los agregados sociales con intensas pretensiones en la política profesional, salta a la vista que el lugar que quiso ocupar fue el de la organización del movimiento comunista desde una gramática próxima a los sectores populares9. A fin de cuentas, él nunca dispuso de otro capital –como afirmaba aquel célebre cártel de 1977– que sus propias manos10. Las mismas manos de bisutero con las que, durante sus días de asueto, cogía setas del campo o recogía el sedal de la caña de pescar.

En 2017 el Parlament declaró la nulidad de los juicios franquistas en Cataluña. Sin embargo, Daniel había fallecido quince años antes, el 14 de junio de 1992, sin apenas tener tiempo de jugar con sus nietos, pero con la convicción de que «el revolucionario verdadero se encuentra guiado por grandes sentimientos de amor». Dicho esto, se impone la necesidad de apostillar que la razón de traer a colación esta referencia a Ernesto Guevara11 se debe a que quien escribe estas líneas encontró entre las páginas de un libro de Daniel un recorte de periódico, de color cetrino por la pátina del tiempo, doblado en cuatro láminas: al desplegarlo observó el cuerpo mortalmente herido del guerrillero, recostado sobre la lavandería de la aldea boliviana en que fue exhibido el 10 de octubre de 1967. Pareciera ser que, desde el momento en que se percibe la alquimia afectiva que moviliza al hombre de acción, se descubre, sin que eso suscite la menor impresión, que la lucha por un mundo mejor solamente puede concebirse como un gesto de amor.


1 Lardín i Oliver, Antoni. (2005). “La organización clandestina del PSUC en Cataluña en los años cincuenta”. En Hispania Nova, nº5, 2005. pp. 27-43.

2 Sánchez i Agustí, Ferran. (2016). “La resistencia armada en Catalunya. Julio de 1946 – Abril de 1947”. En Memoria Antifranquista del Baix Llobregat. Any 11, Núm. 16, pp. 67-73. Recuperado de: http://www.memoria-antifranquista.com/webvella/biblio/MA16.pdf

3 Risques Corbella, Manel. (2002). “La tortura y la Brigada Político-Social. Barcelona 1947”. En Historia Social, nº 44, pp. 87-104.

4 Un fragmento de las conversaciones que se desarrollaron en la Conferencia de Postdam puede leerse aquí: https://web.archive.org/web/20080830202541/http://historiasconhistoria.es/2008/08/28/¿salvo-churchill-al-regimen-de-franco.php El diálogo al respecto del estatus de España está extraído del libro: Voltes, Pedro. (1984). Historia inaudita de España. Ed. Plaza & Janés.

5 A este respecto será conveniente recordar el fracaso que en 1944 supuso la «operación reconquista» que tenía como fase inicial la ocupación del Valle de Arán.

6 «Cuatro veces el oficial exigió a los presos que gritasen ¡Franco! y cada una de las cuales encontró por respuesta un impresionante silencio». Mestre, Cassandra. (1988). Esberles del temps. Ed. El Llamp, (p. 36).

7 Del grupo de «los ochenta», Ángel Carrero, Numen Mestre, Joaquim Puig i Pidemunt, y Pere Valverde fueron fusilados en el Campo de la Bota el 17 de febrero de 1949. Daniel escribió un sentido panegírico a estos cuatro hombres, de quienes afirma, en uno de sus párrafos, que «hacían de la solidaridad fraternal su regla de vida. Optimistas, en medio de la tempestad, porque seguros que el combate que llevaban era el bueno. Soñaban con el triunfo de la democracia y el socialismo. Fieles a los ideales nobles de los comunistas, escogieron el camino de la lealtad al del abandono. Fieles al pueblo, no tuvieron jamás otra aspiración que servirlo con todas sus fuerzas». Plana, Daniel. (1979). “La gran lección de cuatro hombres”. En Boletín “Casal” del barrio, año 1, nº 1, 1 de junio de 1979, pp. 14-15.

8 Citado en: Laso Prieto, José María. (Julio de 2003). “La ciudad de Burgos homenajea a los presos políticos que estuvieron recluidos en su penal”. En El Catoblepas, nº 17, p. 6. Recuperado de: http://www.nodulo.org/ec/2003/n017p06.htm

9 Ramón Morales Morago lo recuerda como una persona que irradiaba mucho respeto, instruyendo a los jóvenes que se unían a la militancia comunista. Asimismo, durante la década de los ochenta, Daniel ocupó puestos simbólicos en candidaturas municipales: primeramente, del Partit dels Comunistes de Catalunya (PCC) del cual fue miembro del Comité Central, y, posteriormente, de la candidatura, «de izquierda y progresista», Independientes de Mataró.

10 «Mis manos: mi capital», fue el lema del cartel con el que el PSUC apareció en la vida pública tras su legalización. La imagen, en blanco y negro, corresponde a la de un trabajador que muestra las palmas de sus manos.

11 La cita ampliada dice así: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero se encuentra guiado por grandes sentimientos de amor. […] Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas más sagradas y hacerlo único, indivisible». De la carta «El socialismo y el hombre en Cuba», enviada a Carlos Quijano, editor del seminario uruguayo Marcha, y publicada el 12 de marzo de 1965.