Pensar la guerra desde la izquierda
Marzo 2022 / Publicado en El Viejo Topo
Artículo publicado en coautoría con Javier Alonso Monseco
Desde el Euromaidán de 2014, la OTAN ha usado al gobierno de Kiev como polichinela a través del cual presionar a Moscú. Pero la agresión militar sobre Ucrania ha generado la percepción de una Rusia imperialista. Ante esta situación, ¿qué posición debe tomar la izquierda?

La penetración de fuerzas militares rusas en el territorio ucraniano ha pillado por sorpresa a la inmensa mayoría de la izquierda. Las primeras impresiones, en su mayoría precipitadas, han sido paulatinamente substituidas por relatos que, cuando no se encuentran empapados de propaganda, se encuentran ahormados a concepciones ideológicas clausuradas.
Porque la izquierda española (refiriéndonos a aquella izquierda que se muestra crítica con el sistema político y económico vigente) no es inmune a los centros desde los que se propala la comunicación política de masas y, en muchas ocasiones, ha sido inoculada por sesgos propagandísticos. Esta izquierda, ausente del espacio institucional y sin capacidad de incidir en los medios de comunicación tradicionales, suele usar las redes socio-digitales como el principal medio y altavoz sobre el cual poder manifestarse.
Especial atención merece el “debate” (por llamarlo de alguna manera) producido en el seno del “Twitter de izquierdas”, es decir, de aquellos usuarios de Twitter que se identifican con posiciones de izquierda (algunos de los cuales, por cierto, esconden su identidad personal con nombres inverosímiles e imágenes grandilocuentes de líderes revolucionarios). Si rastreamos dicho debate, observamos dos bandos claramente contrapuestos: uno de ellos correspondería al de los “internacionalistas progres”, y otro a los “prorrusos” o “rusófilos”.
En el debate, o más bien en la pelea de gallos, se han empleado las tácticas retóricas a las que suele recurrir la izquierda militante: una tendencia a la imposición de argumentos puramente doxográficos que suplantan un análisis crítico sobre el recorrido histórico de los acontecimientos. Tampoco han faltado los insultos, las descalificaciones personales y la dichosa manía de creerse que uno está en el absoluto derecho de poder repartir carnés de comunista, como si de un pasaporte de limpieza ideológica se tratase.
Aunque maniqueístas, y en ocasiones confusos o tramposos, no son completamente estériles los debates de esta nueva generación de activistas cuya participación política se produce a golpe de click. Al presenciarlos, al menos notamos lo extraviada que se encuentra buena parte de aquella izquierda política que aún podría considerarse como tal.
A poco que seamos serios nos resultará inverosímil la visión de un Putin presentado como una especie de reencarnación de un líder soviético. Pero igualmente inadmisible es la creencia de que Putin sea (a la manera en que lo ha presentado la ilustración atribuida a la portada del semanario Time) un Hitler actualizado. Unos, ingenuamente apegados a unos tiempos en que existían firmes alternativas políticas a la sociedad del Capital; otros, subordinados ideológicamente a una visión cosmopolita y globalista que identifica cualquier forma interés nacional como parte de un abyecto autoritarismo fascista.

Alejados de esta taxativa oposición dicotómica, veamos la situación teniendo en cuenta factores geoeconómicos y geopolíticos. Para lo cual, debiéramos partir de lo que parece ser el cuestionamiento de un periodo histórico marcado por el predominio de Estados Unidos, un periodo histórico transcurrido durante la pretendida globalización feliz surgida tras el ocaso de la Unión Soviética.
Ante un orden unipolar ya resquebrajado (liderado por EEUU, pero en el cual se integran una serie de potencias de rango medio/alto como el Reino Unido, Alemania, Israel, Arabia Saudí, Japón…), pareciera consolidarse una alianza entre Rusia y China (en torno a la cual se agrupan una serie de países que no se han integrado al protectorado angloamericano, como Cuba, Irán, Corea del Norte, Venezuela…). Dicho esto, surge la cuestión del “imperialismo” como interrogante al cual dar respuesta para empezar a pensar la posición que debería tener la izquierda ante la invasión rusa.
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Uno de los argumentos más comunes entre la izquierda se da en la aseveración de que Rusia es una potencia imperialista más, y que su pugna sobre territorio ucraniano ofrece lo que vendría a ser un choque meramente interimperialista: OTAN vs. Rusia. En efecto, a priori podría sostenerse que Rusia guarda ciertos anhelos imperialistas y que, de hecho, sus intervenciones en suelo sirio y ucraniano juegan un papel favorable a esas pretensiones imperiales.
Sin embargo, debe tenerse mucha cautela, ya que pudiera ser insensato afirmar con contundencia que la contienda entre Rusia y la OTAN, en la que por ahora Ucrania resulta el campo de juego, son fruto de una contradicción interimperialista. Recordemos que, en su famoso libro Imperialismo: fase superior del capitalismo, Lenin plantea que el imperialismo obedece a un desarrollo capitalista por el cual la concentración del capital industrial, mercantil y bancario trae consigo la formación de monopolios capitalistas bajo la dirección de una oligarquía financiera que se caracteriza por la exportación de capitales.
Si Rusia fuera un país imperialista, al menos en el sentido leninista de la palabra, su actividad política debería estar orientada hacia los intereses de sus élites financieras, y sería a través de la exportación de capitales, en lugar de materias primas o productos manufacturados, que se desarrollaría una relación de dominación con una serie de países en situación de dependencia con respecto a Rusia. En ese caso, la oligarquía financiera rusa actuaría fuera de las fronteras nacionales, interviniendo sobre el mundo en forma de carteles o trust. Pues bien, ¿es esto así?
Dentro de Rusia existen sectores de población muy diversos. Desde devotos de la iglesia ortodoxa a liberales cosmopolitas al estilo occidental, pasando por muchos hombres y mujeres que, amando a su familia y a su país, consideran que la vida ha empeorado tras el colapso de la Unión Soviética. También existen oligarcas, por supuesto, y posiblemente muchos de ellos sean cercanos al Kremlin (como cercanos a la Moncloa cabe suponer que son nuestros oligarcas patrios, aunque a estos últimos se les llame empresarios o emprendedores).
Ahora bien, el posible papel imperialista de Rusia podría empezar a escudriñarse observando el número de corporaciones capitalistas rusas que se encuentran entre las más grandes del mundo. Según la clasificación elaborada por la revista Forbes, Rusia únicamente cuenta con 2 de las 100 principales empresas, y ninguna se encuentra entre las 50 primeras. Estados Unidos posee 39 multinacionales entre las 100 más grandes, China (sin incluir Hong Kong) 17, Japón 8 y Alemania 6. Esta lista tiene en consideración cuatro variables: sus activos, el valor de mercado de la empresa, sus ventas y sus ganancias. Y, por lo que respecta a los activos, las empresas rusas no llegan siquiera al 1% del total de la lista[1].
De acuerdo con los fundamentos que Lenin estableció en su día sobre el imperialismo, lo lógico sería considerar que una potencia imperialista contase con una posición relativamente importante en el ámbito financiero mundial. Pero, si observamos la lista de los 100 principales bancos, Rusia tan solo cuenta con una institución bancaria, y ocupa el puesto 66. Por lo que, hasta la fecha, Rusia no ocupa ninguna posición relevante en la exportación de capital financiero. De hecho, la exportación de capitales en Rusia viene dada en forma de fuga de capitales, y no tanto como inversión en activos ubicados en el extranjero[2].
Tan solo hay un ámbito que podríamos relacionar con el imperialismo en donde Rusia destaca, y es el del campo militar. Actualmente, Rusia cuenta con el segundo ejército más importante del mundo, poseyendo el mayor arsenal de armas nucleares. Que en los últimos diez años haya levantado la cabeza en el ámbito internacional explica que el país siga teniendo un papel geopolítico importante. Cabe destacar, no obstante, que las intervenciones fuera de su territorio, en lugar de derrocar a gobiernos enemigos, han ofrecido protección a gobiernos aliados: Siria, por supuesto, y más recientemente Kazajistán; dejando para un examen en mayor medida pormenorizado las intrincadas problemáticas del Cáucaso que fueron resueltas hace más de una década.
Así pues, independientemente de nuestra irrelevante simpatía o antipatía por Putin, debemos ser muy cuidadosos al momento de afirmar que Rusia es imperialista. Y abstenernos en el caso de afirmarlo contundentemente. De hecho, el país no reúne las características para que sea considerado, desde una definición canónica, una potencia imperialista. Entonces, ¿a qué se debe la penetración de tropas rusas en territorio ucraniano?
Antes de nada, notemos que, una vez fracasada la inicial táctica de ataque relámpago, a Moscú no le interesa que el conflicto se enquiste. Una guerra prolongada, además de incrementar el número de bajas, podría propiciar una reacción del pueblo ruso contra Putin. Aunque la presencia militar rusa pudiera ser aceptada por la población rusoparlante que reside en el este ucraniano, obviamente es insostenible, y por consiguiente descabellada, la posibilidad de una ocupación rusa indefinida. Tampoco consideramos que el Kremlin estuviera interesado en la hipotética caída del gobierno de Zelenski, pues eso deslegitimaría los acuerdos que, al momento de finalizar la guerra, deben suscribirse entre Ucrania y Rusia.
Por consiguiente, cabe suponer que la agresión pretende que el gobierno de Zelenski acepte unos requisitos ya anunciados por Moscú. Los principales son: 1) la renuncia de Ucrania a ingresar a cualquier tipo de bloque militar, lo que significaría un freno a la expansión de la OTAN hacia territorio ruso; 2) el reconocimiento de Crimea, que de facto ya es rusa, como parte de la Federación de Rusia; y 3) la aceptación oficial de las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, a fin de proteger a las poblaciones rusas de estos territorios[3].
Las fuerzas militares entre ambos países son asimétricas, y la derrota ucraniana es cuestión de tiempo. Entonces, ¿para qué alargar la guerra? Pareciera que quienes promueven que se envíen armas a las fuerzas ucranianas únicamente pretenden que al ejército ruso le cueste más cara la victoria; de modo que, así, el Kremlin dispondría de menor capacidad para exigir que el acta de rendición incorpore ciertos contenidos que le sean favorables. Además, muchas de esas armas caerán en manos de organizaciones paramilitares y grupos irregulares, por lo que, a la postre, impedirían la estabilización del país, aun cuando pudieran usarse contra la propia población civil ucraniana[4].
Una Ucrania en la cual el armamento se encontrase diseminado sería, al fin y al cabo, una Ucrania ingobernable. Y eso es lo que procura ahora una OTAN que pudiera perder el control sobre el país en el caso de que Zelenski, sometido a la presión militar, acabe firmando la paz que le pide Putin. En definitiva: así como el Che pretendía “crear dos, tres, muchos Vietnam” en los que Estados Unidos se embarrase, los países de la OTAN (es decir, EEUU) pretenden “crear dos, tres, muchos Afganistán” en los que Rusia se desgaste[5]. Y eso es lo que desconoce esa izquierda que, movida por grandes sentimientos humanitarios, es incapaz de realizar análisis geoeconómicos y geopolíticos y, por ello, acaba actuando como si fuera el “tonto útil” de Washington.
Dicho lo anterior, debemos entender la razón por la cual Estados Unidos logra exhibirse (política, económica, militarmente…) sobre la gran masa continental euroasiática por su margen occidental. A través de una OTAN concebida para presionar a Rusia, los norteamericanos son capaces de impedir que Europa articule un eje de cooperación desde Lisboa hasta Moscú: solo por medio de una constante confrontación con Rusia, pretexto por el cual plagar la región con bases militares, Washington impide un mayor entendimiento euroasiático, pues, en el caso de que Rusia no quedara apartada, se dificultarían los propósitos norteamericanos de direccionar el mercado europeo hacia el otro lado del Atlántico[6].
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Ya en la recta final del articulo debemos plantearnos esta cuestión: ¿Qué postura debe tomar la izquierda española ante la agresión rusa? ¿Tenemos que centrar nuestros esfuerzos en denunciar un supuesto imperialismo ruso? Ocurre que las causas de este conflicto vienen de lejos y no pueden reducirse a la recién intervención militar rusa. Asimismo, según hemos observado previamente, resulta complicado afirmar que actualmente Rusia sea una nación imperialista. Por lo tanto, ¿qué posición debemos tener con respecto a una actuación militar que, aunque vituperable desde un punto de vista ético, pudiera ser geopolíticamente comprensible?
Si entendamos que los gobiernos occidentales fueron los que soliviantaron a Kiev para que forzara una confrontación con Moscú, ¿debiéramos oponernos a la OTAN y, por extensión, a la sumisión de la Unión Europea a los intereses geopolíticos estadounidenses que se expresan a través de la OTAN? Tal vez esa misma sea la tarea que tiene la izquierda en España, pero también la tarea que tiene la izquierda ubicada en los territorios cubiertos por la alianza militar noratlántica. Porque el cometido de la izquierda española, de la francesa o de alemana, no es exactamente el mismo que el cometido de la izquierda rusa.
A ellos, a los integrantes de la izquierda rusa, les competen otras tareas, a ellos les atañe la obligación de señalar las acciones del gobierno ruso que sean criticables (y que, por supuesto, las hay). Nosotros, por el contrario, tenemos otras prioridades, pues solo desde nuestros países es que podemos actuar. Nuestra responsabilidad inexcusable pasa por mostrar el daño que causan las decisiones de nuestros gobernantes, ya sea para las mayorías sociales de nuestros compatriotas nacionales, ya sea para las mayorías sociales de quienes viven al otro lado de nuestras fronteras. Y enviar armas a Ucrania, avivar las llamas del incendio, es una decisión a la que, sin duda alguna, debemos oponernos.
Madrid acogerá, durante el 29 y 30 de junio, la próxima cumbre de la OTAN. Ello nos ofrece la ocasión para demostrar que todavía somos una izquierda racional, crítica y confrontativa. Una izquierda que, desinteresándose del pasatiempo que suponen ciertas discusiones bizantinas, apaga Twitter y se levanta del sofá; una izquierda que, procurando que el conflicto bélico no ascienda a una escala global, le grita a los poderes verdaderamente imperialistas: OTAN no, bases fuera.
[1] “The list: 2021 Global 2000”. Forbes. 13/5/2021. Disponible en: https://www.forbes.com/lists/global2000/#46fd7ccc5ac0
[2] Otro dato interesante se relaciona con la riqueza financiera promedio: mientras que la riqueza financiera mundial por adulto es de 38.110 $, la riqueza financiera nacional en Rusia dividida por su población adulta da lugar a 8,843 $. Este indicador está liderado por Suiza (372.336 $), al que le sigue Estados Unidos (336.528 $). Stansfield Smith: “Is Russia imperialist?” Monthly Review. 02/1/2019. Disponible en: https://mronline.org/2019/01/02/is-russia-imperialist/
[3] Público/Agencias. “Rusia expone sus exigencias para detener la guerra mientras pacta con Ucrania tímidos avances para evacuar civiles”. Público. 07/03/2022 [actualizado: 08/3/2022].
[4] Ya existe material audiovisual que reporta asesinatos masivos perpetrados por grupos filonazis a población civil que, en vez de incorporarse a la resistencia armada, intenta usar los corredores humanitarios habilitados para huir de las ciudades. También se han producido saqueos y pillajes tras la distribución de armas, por parte del gobierno ucraniano, entre la población.
[5] En los años setenta Washington armaba y financiaba a los muyahidines de un Afganistán socialista aliado de la URSS. De la misma manera, sabemos (siendo algo reconocido por Hillary Clinton) que Washington se encontraba detrás de los islamistas que, a partir de 2011, pretendieron derrocar el gobierno sirio aliado de Rusia. Ahora, ¿los batallones nazis en Ucrania serán los nuevos “luchadores por la libertad” (según Reagan denominó a los muyahidines)?
[6] Digamos que el TTIP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) fue un primer intento reciente de lograr una situación de comercio preferencial. Ahora, la guerra en Ucrania podría suponer que se cierren los gaseoductos procedentes de Siberia que abastecen de energía a los países de Europa central. De ser el caso, la alternativa sería proveerse por medio de buques cisterna procedentes de Estados Unidos: un gas licuado que viene desde más lejos, y es un 40% más caro según datos de GasIndustrial.